Adelgazar como premio y no como castigo

José María Guillén Lladó
11 Ene 2017 lectura de 7 minutos
Adelgazar como premio y no como castigo

Los buenos hábitos alimenticios que antaño pudo haber, se han convertido en vicios. Como tantas otras cosas. La comida sabe a plástico. Necesita potenciadores de sabor artificiales. Y colorantes para hacerla atractiva. Publicidad. Los paladares se han pervertido. La ansiedad se disfraza de hambre. El dulce la aplaca, pero la estimulamos de mil maneras. Excesivos objetivos y exigencias… que no podemos satisfacer. Demasiados vacíos en nuestras existencias…

¿Una consecuencia? El constante incremento del número de personas que padecen sobrepeso. En lugar de comer mejor, se come peor, y en lugar de hacer una vida más sana y natural se hace lo contrario, poco ejercicio y rodeados de estímulos-trampa que provocan emociones y comportamientos contrarios a la salud de nuestro cuerpo y de nuestra mente.

 Engordar es fácil. Mantener el peso cuesta. Y perderlo es, en ocasiones difícil y en otras... imposible.

Por eso cada vez existe más sobrepeso en la población, apareciendo además, en edades más tempranas. Y no solamente sobrepeso u obesidad, sino también importantes trastornos metabólicos derivados, que acarrean graves problemas de salud, y que han venido a llamarse enfermedades del bienestar o enfermedades de la abundancia.

Hay un refrán popular que dice "mal de muchos, consuelo de t.....s". La verdad es que el hecho de que tanta gente padezca problemas de sobrepeso, obesidad y metabólicos, no sólo puede ser tomado erróneamente como un consuelo, sino que en ocasiones se convierte en una justificación para bajar la guardia y no hacer nada para corregirlo. Al ser tan “habitual”, se genera una actitud de acostumbramiento que convierte en “normal” lo que es anormal. Finalmente, se percibe como “inevitable” y se tira la toalla. Se deja de luchar..., hasta que un día ocurre algo grave y, por fuerza, se debe hacer dieta. Quizás entonces ya no se está a tiempo.

Analizando esta situación, se observa claramente cómo un fenómeno global a nivel social, involuciona hasta convertirse en un problema individual. La influencia de las grandes industrias y de los medios de comunicación que se convierten en altavoces de sus estrategias publicitarias, nos crean necesidades allí donde no las hay, modificando nuestros hábitos y consiguiendo unos niveles de consumo superiores a los que serían recomendables para nuestra salud. Las consecuencias de ello, y su responsabilidad, la pasan al consumidor. En ese momento ya tenemos el problema en casa. Nuestro problema.

Ahí empieza la lucha contra los kilos. “Nuestros kilos”. La lucha contra nuestros deseos. Contra nuestra comodidad. Contra nosotros mismos. Pero también contra los demás, contra todo cuanto nos rodea y que nos incita pensamientos, impulsos y comportamientos que perturban y dificultan nuestro objetivo. En demasiadas ocasiones, adelgazar se convierte en un trance desagradable, duro de atravesar y difícil de conseguir, por las privaciones y esfuerzos que supone, y por la sensación de que es un castigo en el que la persona no sabe bien si sentirse víctima o culpable. O las dos cosas a la vez. Y esta percepción personal de castigo es la que provoca que, en muchas ocasiones, se claudique.

Para revertir esta problemática hay que retomar, en primer lugar, el camino del que nunca nos teníamos que haber desviado, alimentándonos de forma sana, natural y equilibrada, y dejando de lado aquellas nefastas influencias que la industria y el marketing ha ido introduciendo en nuestras costumbres alimentarias.

Salvo contadísimas excepciones, quienes siguen un estilo de vida verdaderamente sano, equilibrado y natural, como puede ser por ejemplo el naturismo vegetariano, y realizan ejercicio físico de forma regular, muy difícilmente sufren de sobrepeso u obesidad. Eso está demostrado. Además, hemos visto cómo poblaciones que conservaban sus costumbres ancestrales y mantenían unos niveles de salud envidiables, cuando han adoptado las costumbres alimenticias occidentales, han pasado a padecer las “enfermedades del bienestar”. Y a engordar. También es sabido que la mayoría de las enfermedades crónicas, autoinmunes y degenerativas, son condiciones médicas evitables mediante la mejora de la alimentación y del ejercicio físico. La evidencia es total.

En segundo lugar, es necesario modificar aquellos pensamientos y emociones que limitan nuestro comportamiento respecto a la comida, y que nos hace prisioneros de ella. Unos pensamientos y emociones que pueden tener raíces muy diversas, provenientes incluso de nuestra infancia, ya sea por la influencia de nuestro núcleo familiar o por otros exosistemas con los que tuvimos contacto, o promovidos por sucesos posteriores que, en su conjunto, configuraron unos hábitos alimenticios incentivados por creencias erróneas o comportamientos impulsivos, con bases en problemas afectivos o de autoestima, y prolongados en el tiempo mediante la existencia de una ansiedad latente o manifiesta, que vive en la propia persona.

Uniendo estos dos puntos, la naturalización y equilibración de la dieta, juntamente con el cambio cognitivo y emocional adecuado, se puede conseguir armonizar el peso de forma natural, pasando de tener una percepción de castigo o privación, a una percepción de premio y de goce que, además, es más fácilmente sostenible en el tiempo.

Habitualmente, un adelgazamiento perseguido durante largo tiempo, peleado en innumerables luchas contra el insaciable apetito, tentaciones varias y ansiedades incontroladas, e incluso sufrido bajo el peso de duros esfuerzos físicos, puede desaparecer al cabo de poco tiempo con la misma facilidad con la que se escurre el agua entre los dedos. Algunos le llaman el “efecto yo-yó”. Por eso, en lugar de buscar adelgazar rápidamente como sea, con el único objetivo puesto en “rebajar kilos”, resulta más efectivo naturalizar y equilibrar los hábitos de salud de tal forma que el adelgazamiento llegue por si solo, de forma natural. De este modo, los resultados tenderán a una mejor consolidación y mayor estabilidad. Pero con la condición indispensable de naturalizar y equilibrar también la parte emocional de la persona, porque si no, “el demonio” seguirá dentro.

Este sistema de armonización natural del peso, basado no en una moda, sino en una metodología y filosofía de vida largamente contrastada, permite vivir de forma más estable y tranquila, mientras que la opción de buscar reducir peso directamente mediante la privación de calorías y nutrientes, sin tener en cuenta la verdadera calidad natural de la alimentación ni la modificación cognitiva y emocional de la persona, además de tener muchas posibilidades de fracasar, conlleva y mantiene un estilo de vida que aporta mayor inestabilidad a la persona, con lo que los riesgos de recaída son elevados.

Dicho de otro modo, no se trata de seguir una dieta por un tiempo limitado, ya que la dieta cansa, por antinatural, por parcial y porque implica privación y castigo, sino de adoptar unos hábitos alimenticios y emocionales más sanos, naturales y equilibrados, de forma que el adelgazamiento llegue como resultado lógico del cambio de la persona, y como premio a la filosofía de vida adoptada, y que podrá seguir sin esfuerzo el resto de sus días.