Háblales para amarse

María Gómez
4 May 2018 lectura de 3 minutos
Háblales para amarse

La forma en la que los adultos hablamos a los niños tiene un gran impacto sobre ellos y su relación consigo mismo así como, en su capacidad de escucharse y a la larga de tratarse a sí mismo y a los demás.

Los padres y educadores estamos constantemente modelando a nuestros hijos o alumnos, consciente o inconscientemente, no solo en sus conductas y emociones, sino también en la forma en cómo construyen su diálogo interno con nuestras voces e interpretan lo vivido. Esa voz interna puede acabar determinando sus emociones, llegando a ser responsable de su estado anímico.

El yo interior es una creación propia de cada uno, originado fundamentalmente por nuestras experiencias vividas y por cómo han sido interpretadas por nosotros. Por ello, la manera de dirigirnos a ellos influye en su forma de pensar y hablar. De ahí la importancia de hablarles con respeto, cuidar nuestras palabras, que al ser oídas acaban por incorporar a su vocabulario e introducir en sus diálogos internos.

Nuestra forma de hablarles podría terminar así, formando parte de la configuración de sus pensamientos y en cómo el propio niño se trata a sí mismo a medida que crece. Trabajar con el hilo mental del niño es trabajar con uno de los principales focos del origen de la autoestima y la conducta infantil, posiblemente el más importante. Si este diálogo está presente de una forma tóxica en edades más avanzadas, se podría relacionar con distorsiones cognitivas, un autoconcepto negativo o falta de autoestima, siendo así relevante cuidar nuestra forma de comunicarnos con ellos y aprender a hablarles.

Es evidente que en este aspecto, el papel de los educadores y padres es fundamental, ya que durante los primeros años de vida de los infantes, sus experiencias van de la mano de los adultos. Mostrándoles, enseñándoles a actuar, comportarse, hablar... Y en nuestra intención comunicativa pocas veces ponemos el foco de atención en nuestras voces y en cómo nos dirigirnos a ellos.

Esa voz interna personal, formada en los primeros años de vida, no la distingue el niño de la voz de sus padres, cuidadores o educadores. A partir de los cinco o seis años el niño comienza a tener autonomía propia y las experiencias vividas, los mensajes y la actitud de los adultos, son fundamentales para el desarrollo de una relación interpersonal saludable.

Evitar la sobreprotección de los hijos

Mantener una relación de horizontalidad con el niño, no sobreprotegerlo, marcar límites claros y ser consecuente con el incumplimiento de los mismos de una manera amable y respetuosa, ver los errores como oportunidades de aprendizaje, desarrollar un autoconcepto de responsabilidad, ausente de culpa y de miedo, motivarlo, evitar etiquetas limitativas, confiar en el niño, en su proceso de crecimiento... son, sin duda, herramientas que ayudarán a que esa voz interna no se convierta en un observador cruel, y propiciará a que el pequeño se sienta seguro y capacitado para afrontar los retos que la vida le ponga por delante, o los que ellos mismos deseen buscar.