El mundo involuciona

Susagna Muns Camp
4 May 2018 lectura de 9 minutos
El mundo involuciona

Mi abuelo era un hombre muy culto que me inculcó el buen vicio de leer, entre otras cosas, como la música y cuestionarme siempre las cosas.

Así que heredé buena parte de sus libros y siempre que puedo leo alguno de ellos, tenía pendiente leer uno pero su título no me acaba de atraer demasiado “Los cuatro arcanos del mundo”, así que hasta ahora no le hinqué mis ojos.

Es un libro publicado en el 1912 y me gustaría transcribir partes de un capítulo del mismo, porque hace 105 años, ya nos avisaban del peligro de las actuaciones del hombre y lo que ello provocaría en nuestro mundo.

Rompiendo el equilibrio

En el libro se nos habla del equilibrio perfecto de la naturaleza, la importancia del mar, el viento, el aire, la vegetación y que todo esté en equilibrio. Ya nos advierte que si este equilibrio se rompe, ni el hombre, ni los animales, ni las plantas, podrían sobrevivir, y por último nos habla del gran error de la tala de la vegetación en la selva, estamos hablando del 1912.

Año 2017, nos hemos cargado la atmósfera, estamos contaminando no solamente nuestro aire, sino también nuestros mares, ya queda muy poca selva, matamos especies en peligro de extinción por el placer de matar, estamos contaminando nuestra tierra y los alimentos que se cultivan en ellas poco tiene de alimento nutricional. Por culpa de la acción del hombre, se ha provocado un cambio climático que no tiene vuelta atrás, ¿qué legado estamos dejando a nuestros sucesores? 105 años después, seguimos sin aprender a respetar aquello que nos da la vida.

Y eso para los naturópatas, hijos de Hipócrates, nos pone los pelos de punta, porque es a través de las fuerzas de la naturaleza y de la fuerza interior del hombre que se consigue restablecer la salud. Somos hijos de la naturaleza, respetémosla para que ella nos respete también a nosotros.

El hombre está rompiendo el equilibrio de la naturaleza

“Los cuatro arcanos del mundo”

Por Carlos José Degenhardt, S.V.D, editor Manuel Marín, Barcelona, 1912.

Capítulo XIV Disposiciones providenciales del agua, del sol y de la tierra:

“El sol nos envía los elementos primordiales de la vida: el calor y la luz. El otro elemento, no menos necesario: el agua, nos lo suministra la tierra. La substancia de nuestro cuerpo, en más de 80 por 100, es agua. Sin embargo, el hombre y la inmensa mayoría de las plantas, como asimismo casi todos los animales que son de mayor utilidad para el hombre, viven en la tierra...

Como la sangre circula por todo el cuerpo, manteniéndolo en vida y salud, así el agua circula en toda la tierra por innumerables venas y arterias, que son las fuentes, los arroyos y los ríos. Pero éstos son más bien los conductos que restituyen el agua a su corazón central, que es el mar. La fuerza que la eleva del mar, y la envía, por medio de los vientos, hasta la cumbre de las altas montañas y el interior de los extensos continentes, es el calor del sol.

A los rayos del sol se evapora el agua en la superficie de los océanos, y por la desigualdad de la temperatura se originan lo vientos, medios indispensables de transporte para las nubes. Las lluvias y los rocíos ejecutan la más apta y la más económica repartición del agua, haciéndola llegar hasta las raíces mismas de las plantas. Pero no queda allí. La ley de la gravedad obliga a este elemento maravilloso a buscar la mansión paterna de donde salió: el mar.

En la superficie de la tierra y en  las capas superiores, el agua se abre camino. Aparece en forma de fuentes y arroyos, y éstos se juntan en grandes corrientes, las cuales llegan hasta el mar. Los ríos de la tierra arrojan diariamente cantidades inmensas de agua en los océanos y éstos nunca rebosan; su nivel ni sube ni baja. Tan exactamente está calculado el proceso de la evaporación, la repartición de las lluvias y el tiempo en que las aguas pueden volver a mar.

Si hubiera demasiada evaporación, la tierra se obscurecería por la densidad de las nubes. Si hubiera menos lluvias que las actuales, grandes partes de la tierra se convertirían en desiertos. Si el agua tardase demasiado en volver al mar, lo continentes sufrirían constantemente inundaciones. Pero, salvo pequeñas irregularidades locales, la circulación del agua se efectúa con admirable precisión, dejando, sin embargo, a la particular iniciativa del hombre, el mejorar ciertas condiciones por medio de canales, riegos artificiales, etc.

Observamos, generalmente, que las aguas estancadas se corrompen... La luna ejerce una atracción poderosa sobre el elemento movedizo del mar, levantando en él esa ola oceánica que llamamos marea. Menos violenta que la tempestad producida por el viento, pero mucho más profunda, la marea resuelve los océanos hasta sus fondos, y este incesante vaivén, es la causa principal porqué no se corrompen las aguas. Además de esto, posee la mar una buena dosis de sal, que le da el característico sabor salobre: otro medio que preserva el agua de la corrupción...

El agua posee una naturaleza excepcional. Se contrae por el frío sólo hasta cierto punto. Bajando a cuatro grados sobre cero, ya no se contrae, sino que se dilata de nuevo. De esta suerte, aumentando de volumen, el agua fría se ve obligada a formar el hielo en la superficie y en contacto con el sol. Por consiguiente, el hielo flota encima, y no se hunde en lo profundo de los océanos, donde ningún rayo del sol le alcanzaría para derretirlo. Sin esta sapientísima precaución, la tierra formaría en poco tiempo un solo témpano de hielo y ningún ser humano podría habitar en ella.

La atmósfera, es otra maravilla de finalidad respecto a la existencia del hombre...

Sea que el aire fue adaptado a nuestros pulmones, o que nuestros pulmones fueron dispuestos para esa mezcla de gases que llamamos atmósfera, siempre resulta una obra inteligente de primer orden.

Entre otras muchas cualidades de nuestro aire atmosférico, quisiéramos llamar la atención sobre la maravillosa medida dispuesta para asegurar a la atmósfera una cantidad invariable de anhídrido carbónico. A pesar de su enorme producción y consumo, nunca se observa en el aire, ni un déficit, ni un superávit. Un metro cúbico de aire contiene constantemente medio litro de anhídrido carbónico. Si hubiera algo más, el hombre y los animales se asfixiarían; si hubiera menos, perecerían las plantas, cuya substancia seca contiene un 50 por 100 de carbono.

Maravilloso es el orden que reina entre la producción y el consumo de este gas en la tierra. Hombres y animales aspiran oxígeno y exhalan anhídrido carbónico. Cada hombre entrega al aire diariamente, un kilogramo de carbón puro, y toda la Humanidad fabrica en sus pulmones cada día 1.500 toneladas de carbón.

Sólo por la respiración humana debía haberse duplicado, en seiscientos años, la existencia de anhídrido carbónico de la atmósfera, y ésta debía haber quedado inservible para la respiración. Pero mucho más producen los animales, y otras grandes cantidades son arrojadas por los volcanes. A pesar de esto, ¿Por qué no se hace irrespirable el aire?

...Existen en la tierra grandes consumidores de este elemento: es a saber: las plantas, y la respiración de éstas forma el gran contrapeso de la respiración, animal. Las plantas, por sus hojas, exhalan de día el oxígeno, elemento vital para nuestros pulmones, y por los mismos órganos aspiran el anhídrido carbónico, substancia elemental para ellas. Cuanto más vegetación, tanto más producción de oxígeno y tanto mayor consumo de anhídrido carbónico. Por consiguiente, el aire más puro y más oxigenado, se halla en medio de una vegetación lozana y soleada...

Sin embargo, la progresiva destrucción de las selvas podría ocasionar, si no un déficit de oxígeno, a lo menos una notable acumulación de anhídrido carbónico en la atmósfera, por falta de consumidores de este gas.

...El gran purificante del aire es el mar, que embebe notables cantidades de anhídrido carbónico arrastradas por medio de los vientos. De esta manera queda equilibrado el balance económico de la Naturaleza...."

Debemos parar la destrucción de la naturaleza

Paremos la destrucción

Si habéis tenido la paciencia de leer hasta el final, creo que podemos observar que estamos destruyendo ese equilibrio mágico que nos da la propia naturaleza.

Así que hago un llamamiento a la humanidad: no ensuciemos más los mares, los bosques, no destruyamos más selvas, plantemos más árboles, no intoxiquemos el aire y luchemos en contra del cambio climático, que es real.

No es tan difícil, hay cosas muy sencillas que el gobierno podría hacer como limpiar los bosques, así se evitarían muchos incendios y se daría trabajo a personas que se encuentran en el paro.

Quitar todos los árboles plataneros de la ciudad que solamente provocan agravar el asma y las alergias y por tanto subir el coste de la seguridad social y plantar otros que nos ayuden a tener un aire más respirable.

Prohibir pesticidas, herbicidas y todos aquellos tóxicos en la agricultura y ganadería, y proveer a todo el mundo, no solamente a los ricos, de alimentos de calidad. Que los alimentos de km 0 no sean más caros que los que nos vienen de China. Se ha de promocionar los productos de nuestra tierra para los que habitamos en ella.

Promocionar la limpieza del fondo marino y no dejar esta limpieza a una vez al año en manos de submarinistas voluntarios.

Espero que con este artículo tengamos más conciencia del futuro que nos depara.