Adaptarse... o morir en el intento

Sergio Aparicio Pérez
1 Ago 2017 lectura de 7 minutos
Adaptarse... o morir en el intento

Cuando Charles Darwin publicó en 1.859 su libro “El Origen de las Especies”, las teorías evolutivas han conseguido explicar muchos aspectos de la vida en la Tierra. Hasta entonces las ideas preponderantes sobre el tema se basaban en tradiciones antiquísimas, que no hacían justicia a los hechos. Desde entonces, está generalmente aceptado que unas especies descienden de otras, como respuesta a una necesidad evolutiva.

Pero, en la sociedad del siglo XIX, aún se creía en ese dicho que hace referencia a “la supervivencia del más fuerte”; los fuertes sobreviven y los débiles se extinguen. Pero, investigaciones posteriores han demostrado que esta afirmación no es cierta. Sobreviven aquellos que mejor se adaptan a los cambios que suceden en el entorno. De hecho, se han constatado varias extinciones masivas, provocadas por alteraciones bruscas del medio ambiente (choques de meteoritos contra la tierra, emisiones volcánicas masivas, etc.). Nuestra propia especie surgió como resultado de la respuesta evolutiva a las circunstancias que rodearon a la última gran glaciación.

El factor "azar" en la evolución

Por suerte o por desgracia, la adaptación no suele venir de una adaptación consciente y voluntaria de los sujetos que sobreviven, sino más bien, de una suerte de casualidades bastante imprevisibles. El hecho de que algunos animales hubieran desarrollado la capacidad para construir madrigueras y huir de sus predadores, les sirvió también para salvarse de ciertas desgracias naturales (incendios, volcanes,..). Los animales que vivían en los fondos marinos, no sufrieron las consecuencias de las extinciones masivas, debido a que su ubicación les protegió de los gases tóxicos. Los dinosaurios, que habían dominado la tierra durante cientos de millones de años, desaparecieron sin embargo, casi en su totalidad cuando un meteorito cayó en la península del Yucatán. Se salvaron los que evolucionaron en aves, los de pequeño tamaño y pocos más.

Por tanto, puedo afirmar que la supervivencia del más adaptado, respondía más a una suerte de casualidades que a otra cosa. Las especies evolucionaban “al azar”, y aquellas cuyos cambios evolutivos resultaban en una mejor adaptabilidad a las condiciones reinantes en ese momento sobrevivían y los que no lo conseguían desaparecían.

El hombre y su capacidad para alterar el entorno

Así fueron las cosas, hasta que aparecimos los animales dotados de una mayor inteligencia. La especie humana ha sobrevivido gracias a su capacidad para alterar su entorno y aprovecharse de él. Los hombres primitivos construyeron herramientas complejas que les permitieron cazar animales más grandes, se vistieron con sus pieles para protegerse del frío, desarrollaron la agricultura y la ganadería para asegurarse el sustento.

Más tarde nos agrupamos en aldeas, pueblos y ciudades, dentro de los cuales, pudimos mantenernos a salvo de los peligros exteriores. Desarrollamos infinidad de métodos terapéuticos (algunos más acertados que otros) para preservar nuestra salud y vencer a la enfermedad, etc. Nuestra ventaja evolutiva ha sido nuestra capacidad para alterar el entorno a nuestras necesidades. No pretendo entrar aquí a discutir sobre el uso que estamos haciendo de ella, porque no quiero abrir un debate que se aleja mucho de las ideas que inspiran este artículo.

Cambios bruscos y muy rápidos

El hecho es que, el ser humano del siglo XXI ha terminado viviendo en una sociedad que le abruma, que cambia a velocidades muy elevadas y que le hace muy difícil adaptarse a ella. La misma sociedad que nos ha hecho crecer y prosperar como especie, se está volviendo en nuestra contra.

Esos cambios tan bruscos nos colocan ante decisiones complejas y que requieren de nosotros un esfuerzo adaptativo cada vez mayor, que está provocando la aparición de nuevas enfermedades, como el estrés, la fibromialgia, las alergias, el cáncer, la depresión (solo por citar algunas), que afectan de manera creciente, a nuestra salud.

El factor emocional

Nosotros, como terapeutas “alternativos”, que nos hemos formado en la terapéutica no oficial, o como usuarios de las mismas, ya sabemos que la mayoría de nuestras enfermedades, y sobre todo de estas de nuevo cuño, tienen un origen, o cuanto menos, una influencia emocional.

La terapéutica alopática trata solo el síntoma, y no la enfermedad en sí misma. Nosotros debemos ver el desequilibrio global del organismo que acompaña a la falta de salud y tratarlo como tal. Evidentemente, también debemos tratar la sintomatología que acompaña a ese desequilibrio, pero contemplándolo como parte de una estrategia holística.

Nuestras emociones nos enferman, porque somos incapaces de asimilarlas convenientemente. De hecho, el número de estímulos emocionales al que nos vemos sometidos a diario, se ha multiplicado exponencialmente en los últimos decenios; y cada vez nos cuesta más adaptarnos a ellos. Nos sentimos abrumados, y como consecuencia, aparcamos todo esos conflictos emocionales en las capas más profundas de nuestro ser. Nos sentimos abrumados, sobrepasados, perdidos...

Ante este problema, cada vez más difícil surgen las terapias emocionales, de muy diversos tipos (desde el coaching a la sanación emocional), para ayudarnos a gestionar adecuadamente nuestras emociones.

La palabra clave, para solucionar esos conflictos emocionales internos es "Gestión". La RAE, en su tercera acepción define la gestión como el manejo o conducción de una situación problemática. Y es a esta definición a la que quiero hacer referencia. Necesitamos aprender a gestionar nuestros problemas emocionales, para disfrutar de una vida plena, más sana y feliz. Una persona agobiada o preocupada por sus conflictos emocionales no puede estar sana, ni ser feliz. La resolución de los mismos, llevada a cabo desde una correcta gestión emocional debe convertirse en uno de nuestros objetivos vitales.

A modo de pequeña ayuda, y dado que la extensión de un artículo no me permite profundizar en el tema todo lo que quisiera, os voy a dejar unas sencillas indicaciones, para ayudaros. (De hecho he dedicado mis tres primeros libros publicados a esta cuestión, y aún quedan más en el tintero).

¿Cómo podéis aprender a gestionar mejor vuestras emociones?

Siguiendo estos sencillos pasos:

  1. El primero debe ser la observación consciente de todo lo que nos afecta: Sin este paso previo, no seremos capaces de avanzar en el proceso. Debemos estar atentos y observar. Así conseguiremos obtener la información necesaria, para el siguiente paso. Ver qué nos afecta, cómo nos hace sentir, qué consecuencias provoca...
  2. El análisis: Una vez conseguida la información, debemos procesarla y buscar tanto las causas visibles como las ocultas.
  3. El plan de acción: Una vez conocidas las causas de nuestro malestar emocional, debemos elaborar un plan con medidas correctoras, para solucionarlo.
  4. La revisión de los resultados y el aprendizaje subsiguiente: Una vez realizadas las acciones de nuestro plan, debemos revisar los resultados. ¿Ha funcionado mi plan? ¿He conseguido resolver ese conflicto emocional? ¿Por qué? Tras esta revisión, sabremos si se ha resuelto o no el problema. Si la resolución ha sido parcial, deberíamos recomenzar el proceso, pero con la ventaja añadida del aprendizaje obtenido.

Aprende a gestionar emociones en 4 pasos

Ya sé que estas pequeñas guías no son la panacea, pero he comprobado que son muy eficaces. Espero que os sirvan de ayuda.

Mucha suerte en el camino.