¿Sufres por tu sensibilidad?

José María Guillén Lladó
26 Ago 2017 lectura de 5 minutos
¿Sufres por tu sensibilidad?

Ser sensibles nos hace más humanos. Y ser humanos debería hacernos más sensibles. La sensibilidad es inherente a nuestra propia naturaleza. Es un don que deberíamos cultivar para que, algún día, el mundo llegue a ser, realmente, más justo... y más humano.

Muchas personas han canalizado su sensibilidad de forma positiva y práctica. Artistas, creativos, psicólogos, voluntarios, etc. Sin embargo, son muchas más aquellas que no lo han conseguido.

Gente anónima que, por diferentes circunstancias y factores, no han podido armonizar su sensibilidad, vivirla y sentirla libremente, incluso, muchas de ellas han padecido incomprensión, intolerancia, bullyng, marginación, dolor, soledad...

Además, cuando esto ocurre, en demasiadas ocasiones, se culpan a sí mismas, cuando la culpa es, en realidad, de discursos que etiquetan a las personas superficialmente y que les hacen creer que, si no se es competitivo, fuerte mentalmente y orientado a la acción, se es inferior, defectuoso, o bien que padece algún trastorno emocional que quizás deba tratarse médicamente.

Los trastornos emocionales en auge

Ya que hemos nombrado los trastornos emocionales, es preciso aclarar que se están encaramando al primer puesto en el ranking de enfermedades incapacitantes en todo el mundo.

Es una evidencia contrastada y algo que, además, ya estaba previsto, desde hace años, por la OMS. La ansiedad es la más extendida en la población, aunque no se contabilice oficialmente como tal, cosa que sí ocurre con la depresión, puesto que genera más diagnósticos con bajas laborales y medicación.

Como sabemos, dichos trastornos emocionales pueden aparecer en todo tipo de personas, incluyendo en aquellas que no destacan especialmente por su sensibilidad. Lo que sí ocurre es que, si una persona es más sensible, los trastornos emocionales pueden afectarle con mayor facilidad.

La alta sensibilidad no es un trastorno

Sin embargo, el hecho de tener una mayor sensibilidad no tiene por qué ser un trastorno en sí, sino un rasgo que, si no se sabe o no se puede canalizar y gestionar positivamente, puede favorecer que haya problemas de adaptación o de relación y, posteriormente, aparezcan trastornos emocionales. Por lo tanto, la sensibilidad es una cosa, el comportamiento inadaptado es otra, y los trastornos emocionales otra más, distinta.

En un estudio que realizó la psicóloga estadounidense Elaine Aron, la primera especialista en alta sensibilidad, un 42% de las personas afirmaron no ser en absoluto, ni para nada, sensibles. Un 8% dijeron que, simplemente, no eran sensibles. Un 3% no sabían. Un 27% afirmó ser moderadamente sensibles.

Y, finalmente, un 20% dijo ser extremadamente o bastante sensibles. Es decir, que existiría, estadísticamente hablando, un reparto igualado, con una mitad aproximada de la población más sensible, y otra menos sensible. Es decir, habría dos grandes grupos de personas que la propia Elaine Aron denominó consejeros y guerreros, como dos modelos simbólicos contrapuestos.

Sin embargo, a pesar del equilibrio estadístico entre los dos grupos, la dominancia e influencia real en el mundo del grupo menos sensible, que es más pragmático y competitivo, más materialista y orientado al poder, pesa más. Por eso, a la sensibilidad le queda aún mucho camino por recorrer. Esa es la realidad. Mas, a pesar de ello, y de que todo este conjunto de circunstancias puede explicar por qué las personas sensibles pueden ser más vulnerables, no debería justificar el sufrimiento.

 Se necesita conocer y comprender a las personas altamente sensibles

¿Qué hacer si eres una persona altamente sensible?

No debería justificarlo porque poseemos habilidades para evitarlo o minimizarlo. Habilidades que debemos desarrollar.

Lo primero, racionalizar esta información, este conocimiento general, de forma que, entendiendo dónde estamos, qué sucede a nuestro alrededor, y por qué ocurre lo que ocurre, podamos evitar una sobreactivación sensitiva y emocional, o reduzcamos sus efectos negativos.

Luego sigue el imprescindible autoconocimiento y aceptación personal. Es vital conocerse a sí mismo, aceptando y valorando positivamente nuestras propias virtudes y defectos, incluyendo la sensibilidad. Y, en cuanto a ésta, en concreto, conocerla y amarla.

En el estudio antes citado de la doctora Aron, se observó que, aproximadamente, un 20% de la población es altamente sensible, sin que ello signifique, en absoluto, que se esté enfermo. La alta sensibilidad es un rasgo, bajo mi punto de vista un rasgo realmente positivo (la doctora Aron lo califica como un rasgo neutro, pero, al mismo tiempo, lo califica como un don). Lo que ocurre es que la mayoría de personas altamente sensibles desconoce que lo son. Entonces, si la desconocemos ¿cómo amar la alta sensibilidad si todo alrededor nos dice que es una debilidad? Eso, lógicamente, puede favorecer el sufrimiento de la persona.

Aprender a valorar las personas altamente sensibles

Hay personas altamente sensibles que pueden tener más desarrollada la percepción de algunos de sus sentidos, no siempre es así, por supuesto, y también suelen ser, la gran mayoría, más empáticas, entregadas, emotivas, sentimentales, intuitivas, pacíficas, artísticas, románticas, idealistas, espirituales... ¡Eso es realmente positivo! Hay que valorarlo y vivirlo. Sin duda. No obstante, en según qué circunstancias, si la persona no conoce bien la naturaleza de su rasgo y no ha aprendido a modularlo y adaptarlo, se le puede volver en contra en ciertas situaciones.

En conclusión, sufrir, por la sensibilidad, no es algo justo ni necesario.

No más allá de lo inevitable, de lo que conlleva vivir en un mundo como el nuestro. Disponemos de herramientas, estrategias y recursos, dentro de nosotros mismos, que pueden ayudarnos a modular nuestra sensibilidad, sin perderla, de forma positiva y práctica, incluso a racionalizarla, para aprovechar sus ventajas y disminuir sus inconvenientes, para no ir más allá de las emociones negativas que puede padecer cualquier persona, y dejar de sufrir por algo que, en realidad, nos hace más humanos.