La empatía en la comunicación con los hijos

Olga Valencia
3 Mar 2016
La empatía en la comunicación con los hijos

La empatía, definida de una manera muy simple, es la capacidad de ponerse en el lugar de la persona que nos habla, que ésta note que nos estamos metiendo en su piel y que comprendemos cómo se siente.

Eso no significa que tengamos que contagiarnos de su estado de ánimo y ponernos tristes o rabiosos como ella; nuestro estado de ánimo permanece inalterable y no nos dejamos afectar; visualmente lo imagino como si nosotros estuviéramos metidos en una burbuja protectora que impide que la energía de la otra persona nos contamine y podemos observarla como a distancia. Desde esa posición decidimos escucharla y, simplemente, intentar captar lo que nos está diciendo.

Podría decirse que lo contrario de la empatía es el juicio. Cuando juzgamos lo que hacemos es pasar por nuestro propio filtro lo que la otra persona nos cuenta, sacamos nuestras propias conclusiones e intentamos convencerla a ella. Muy frecuentemente añadimos valoraciones negativas sobre lo que ha hecho o dicho.

Es evidente que el filtro por el que nosotros tamizamos la información es diferente al de la otra persona ya que dependen de las experiencias y aprendizajes de cada uno, de modo que las conclusiones que le aportamos no van a servirle para nada positivo, sólo para sentirse incomprendida y juzgada... Las consecuencias inmediatas son: el enfrentamiento o discusión y el corte en la comunicación.

Empatía vs. juicio: ejemplificando con un caso práctico

Todo esto es perfectamente aplicable a la relación padres-hijos. Imaginemos uno de los ejemplos más frecuentes que surgen en el día a día de un niño:

El niño sale del colegio llorando o enfadado porque un compañero lo ha molestado: le ha pegado, le ha insultado, le ha roto algo, no le ha dejado jugar, se ha reído de él, etc...

Tras preguntarle qué le pasa la respuesta del padre acostumbra a ser así:

  • No hay que llorar por una tontería como ésa.
  • Habrá sido sin querer, no pasa nada.
  • No te enfades y no le hagas caso y ya no te lo hará más...

Lo que le estamos transmitiendo al niño en esas respuestas es “mira, no tienes razones para ponerte así, déjate de tonterías” y muy probablemente estaremos pensando “yo sí tengo problemas de verdad para que me vengas con éstas”.

¿Cómo se siente el niño?: “Mi padre no entiende lo mal que me siento”, “no tiene ganas de que lo moleste con mis cosas”, “siempre cree que lo que me pasa a mí son tonterías”,... en definitiva incomprendido, juzgado o con soluciones que sabe que le van a resultar inútiles.

Por supuesto, si esta situación se repite con frecuencia, el niño dejará de explicar lo que le pasa, porque en resumidas cuentas, sabe que no puede contar con su padre; es más, el hecho de contarlo le supone una complicación más.

Poca comunicación entre padres y hijos

¿Cómo sería una respuesta empática?

Para empezar, es necesario que decidamos salir por un rato de nuestro mundo, de nuestras preocupaciones, detenernos y ponernos en actitud de escuchar; tener en cuenta que los problemas del niño son tan grandes y tan importantes como los nuestros (y si no acordémonos de cuando éramos pequeños y nos pasaban cosas así a nosotros) y que merecen toda nuestra atención y consideración.

Una manera de empezar la conversación podría ser:

  • Ya veo que estás muy enfadado por lo que te ha hecho este niño. Quieres contarme cómo ha pasado?

Si el niño en ese momento no tiene ganas de hablar más hay que dejarlo estar. Ya le hemos dejado claro que estamos disponibles. Recordemos que nosotros no nos dejamos contagiar por su estado de ánimo y, por tanto, nosotros le contagiamos calma a él; ése es el primer paso.

Si decide seguir con la conversación, lo que hemos de hacer es ir repitiéndole lo que él dice con otras palabras, empezar las frases con “ya te entiendo lo que quieres decir”, hacerle de espejo de lo que va expresando. Sin juzgar, sin querer dar soluciones rápidas. Sólo escuchar y reflejar.

De esa manera el niño se verá animado a seguir hablando y él mismo irá viendo la situación que le ha angustiado desde otro punto de vista y encontrando la solución que necesite.

De esta manera, no sólo ayudamos al niño a enfrentar un conflicto, sino que le estamos transmitiendo que puede contar y confiar en nosotros y eso es primordial para que el niño crezca sintiéndose seguro.