Cuando uno enseña, dos aprenden

4 Nov 2019 lectura de 4 minutos
Cuando uno enseña, dos aprenden

Robert A. Heinlein es un escritor que merece interés porque mezcla sus novelas de ciencia ficción con cuestiones muy cercanas como la política o la economía incluso la genética o la sociología, la administración pública, etc. Curiosamente, conforme escribe sobre el futuro o viajes galácticos, pone en crisis y replantea las creencias más populares o aquellos sistemas o patrones que parece que deberíamos seguir siempre quizás las costumbres de cada época.

Sobre la creencia de que “uno enseña”, él dice:

Cuando uno enseña, dos aprenden.

Uno de los patrones más extendidos a lo largo de los tiempos es el aspecto magistral de aquel que sabe. Es decir que hay que escuchar sin espíritu crítico lo que nos transmiten y además situarnos en una posición de alumno que solo recibe y apenas participa.

Permítanme un ejemplo que lo contradice y un ejemplo que tiene unos cuantos siglos:

Resulta curioso observar qué perspectiva del maestro tenían los Caballeros Templarios. En la mayoría de sus iglesias o ermitas, aparece en un lado, normalmente el derecho, una figura que habla. Para ello, resaltan mucho en la cabeza la forma de los labios, dando a entender que ahí está una persona hablando. En el lado izquierdo otra cabeza con una oreja extremadamente pronunciada, dando a entender que es aquel que escucha.

Los novicios templarios, aparte de su formación teológica y claro, en armas, tenían la obligación de canalizar información nueva antes de ser ordenados Caballeros y Sacerdotes. No olvidemos que los templarios buscaban bajo el nivel del suelo la conexión telúrica, con la energía femenina, más allá de cualquier creencia religiosa. De modo que esa iniciación donde se debía obtener una nueva información era bajo tierra y el novicio no podía pedir salir de ese encierro hasta no tener algo nuevo que decir.

Y resulta que la figura que está hablando, la de la boca grande, representa al alumno y no al maestro, así como el maestro está representado por esa oreja gigante de escucha. Y es aquí que sin duda ya a lo largo de la historia ha habido tradiciones que han valorado el papel activo y magistral del propio alumno, desvistiendo de ese concepto de magistralidad indiscutible a aquel que hace la exposición inicial.

Efectivamente, las primeras y largas exposiciones para el novicio habían ido a cargo del maestro, sin embargo en un momento determinado es el alumno el que enseña. El aprendizaje cósmico o integral el aprendizaje extendido a izquierda y derecha, delante y detrás y arriba y abajo es el auténtico, no el que se basa en una oratoria única y principal. Es en la interacción que existe la aprendizaje y sin duda el esfuerzo del maestro para hacer llegar ese conocimiento al alumno le obliga asimismo a reaprender, sin olvidar lo que el alumno mismo con su espíritu crítico y el pre-conocimiento que pueda tener aporta en cada uno de los pasos del aprendizaje.

El conocimiento es solo un cuerpo de habilidades, axiomas, formulaciones, constataciones, que en sí mismo no presenta vida. Solo alcanza su objetivo cuando es transmitido y crece en la transmisión. Dícese que solo disponer de conocimiento es como un libro cerrado, y que este "conocimiento" solo se va a transformar en sabiduría en cuanto pueda aplicarse y expandirse.

La sentencia de Robert A. Heinlein toma toda su entidad entonces, y además nos da un pista sobre la riqueza del estudio, de la exposición, de investigar y observar, pero sobre todo de compartir desde un plano de igualdad.