¿Emociones, para qué?
Nuestro sentido común indica con claridad que la parte emocional es uno de los fundamentos de la vida, al menos de lo que hemos denominado vida animal.
Han corrido ríos de tinta sobre el control emocional, el análisis de las emociones, el origen de las emociones, etc., e incluso podríamos decir que, en determinadas épocas, ser sensible o sentir emociones, quizás dentro de un concepto más heteropatriarcal, no estaba demasiado bien visto en la parte masculina, que debía mantenerse lejos del sentimiento o bien saber controlarlo.
Esta perspectiva no solo se ha mantenido en cuestiones de género, sino también culturales. Podemos tomar como ejemplo Japón: la influencia confucionista y el objetivo de la perfección y el hábito estaban también bastante lejos de poder manifestar las emociones o dejar que protagonizasen los distintos escenarios en los que la persona se desarrolla.
Una vez hecha esta introducción, voy a dividir el artículo en dos pequeñas partes. Primero, entender distintas perspectivas de qué es una emoción y, después, hablar de la función que cumplen las emociones en nuestra vida.
Algunos autores han vinculado la emoción a la percepción corporal, como William James, que en 1884 ofreció esta definición: “La emoción es la percepción de los cambios corporales que ocurren como respuesta a un estímulo”. En la misma línea, la teoría de James-Lange, en un enfoque fisiológico, indica que la emoción surge después de los cambios corporales (teoría James-Lange).
Avanzando en el tiempo, en 1992 Paul Ekman nos ofrece un enfoque neurofisiológico: “Las emociones son respuestas automáticas, universales y biológicamente programadas, que surgen ante estímulos relevantes para la supervivencia”.
Este enfoque tiene alto interés porque dota de protagonismo a la evolución y la adaptación del sujeto al ambiente, tanto al ambiente humano como al ambiente físico que le rodea, incluso al interno (propiocepción). Se trata del conocido concepto darwiniano de la evolución basada en la adaptación y tiene mucho significado.
Sin ánimo de agotar las múltiples definiciones, podemos distinguir, por lo tanto, dos grandes líneas: unas más biologicistas y otras más evolutivas.
Entonces entro en la segunda parte de lo que quería aportar: cuál es la función que podemos atribuir a las emociones.
En realidad, una emoción, a mis efectos, combina una parte de las dos líneas que hemos establecido.
Se trataría de información de tipo adaptativo que ofrece el organismo para la mejora y adaptación del individuo a su ambiente o del propio funcionamiento orgánico.
Concretamos un poco más: la emoción, más allá del significado sociocultural —que evidentemente lo tiene—, lleva a la conciencia el resultado de una interacción y la necesidad de acomodarse. Por ejemplo, el individuo siente incomodidad y su origen es la temperatura ambiental. La incomodidad informa de que hay una disfunción térmica ambiental y promueve minorarla de algún modo. O, por ejemplo, una emoción de intenso dolor por un mal funcionamiento del aparato digestivo, con la misma consecuencia. O, por ejemplo, la emoción de la satisfacción obtenida a través de la realización de una ingesta o una relación íntima, con la consecuencia de capitalizarla e intentar repetirla en el futuro.
Lógicamente, hay emociones más vinculadas a las sensaciones o percepciones y otras más elaboradas socioculturalmente. Por ejemplo, la emoción de la felicidad no procedería directamente de informaciones puntuales, sino de un conjunto de ellas, sobre las que elaboro un constructo superior, que también es emocional, y que, por lo tanto, más allá de los datos concretos, estoy construyendo y elaborando yo o una sociedad.
Este breve paseo por el significado y la utilidad de las emociones tenía por objetivo final comprender que las emociones son necesarias y nada desdeñables, ya que tienen que ver con información y acción indispensables, y también con un proceso de adaptación en un entorno en el que hemos de sobrevivir y, como acabamos de decir, además elaborar constructos superiores, ya no tan ligados estrictamente a la supervivencia y sí a la realización.
Y son necesarias y útiles siempre que se mantengan en los límites de lo que consideramos salud. Las emociones dejan de ser saludables cuando distorsionan esta información o me invalidan para la vida corriente. En ese caso, hablaríamos de emociones invasivas y disfuncionales en base a este criterio anterior vinculado a la vida corriente.
Por último, es importante conocer mi vida emocional y disponer de algo así como indicadores que me sitúen funcional o disfuncionalmente respecto de la misma, al tiempo que la conciencia de ellas me hace más competente y, posiblemente, si no pleno, feliz.
En ese sentido, hablaríamos de conciencia de uno mismo, del conocimiento de uno mismo, sobre su conducta, pensamiento, etc., en base a la propia historia personal y su performance en el día a día.