La superficialidad se está instalando de forma generalizada en nuestra forma de vida actual, convirtiéndose en un superficialísimo con múltiples cabezas que nos está acostumbrando a pensar solo en vivir y a vivir sin pensar.
Es bueno y necesario vivir con un ánimo alegre y positivo, disfrutando de los buenos momentos e intentando sentirnos felices, pero la verdadera felicidad debe generarse desde nuestro interior, de forma estable, y no de manera externa y artificial. Como digo en mi libro "El quinto cerebro":
Si la basamos en conseguir objetos, dinero, placer, reconocimiento o éxito de forma inmediata, impulsiva y caprichosa, podemos sufrir el inconveniente de no poder conseguirlo totalmente, de no poder mantenerlo siempre o de perderlo, sintiéndonos frustrados o infelices. También puede suceder que nos cansemos de lo que tenemos y queramos más, necesitando que los estímulos sean cada vez más fuertes para que nos impacten y colmen nuestras ansias.
La nueva normalidad trae consigo no sólo una desescalada en términos de levantamiento de las restricciones sino también una desescalada emocional pues durante estos meses hemos pasado por un sinfín de estados emocionales.
De un día para otro, todo nuestro mundo se paró y la vida se volvió del revés. Así, sin más, sin previo aviso.
Un día hacíamos nuestra vida normal, íbamos a trabajar, llevábamos a nuestros hijos al colegio, sudábamos en el gimnasio, hacíamos planes con nuestros familiares y amigos. Y al día siguiente, nos encontramos confinados en casa con un estado de alarma que sólo nos permitía salir para hacer las compras necesarias de comida e ir al médico.
Recuerdo, como muchos de vosotros, los días previos al estado de alarma, las estanterías de los supermercados vacías, el papel higiénico agotado,...
Nuestra generación nunca se había enfrentado a una situación tan traumática como la que hemos vivido. Muchas de las personas con las que he tenido la ocasión de conversar durante estos largos meses comentan que tenían la sensación de vivir una película de ciencia ficción.
Durante estos meses hemos pasado por un sinfín de emociones que se sucedían a un ritmo vertiginoso según iban avanzando los acontecimientos.
En el año 2008, un comité de expertos de la Organización Mundial de la Salud concluyó que la mala alimentación es el principal factor de riesgo de las cardiopatías, diabetes, cáncer y demencias y que era la causa de la mayoría de las muertes que se producen en el momento actual.
Este es el motivo que me induce a describir de manera breve el problema de la alimentación insalubre con sus causas y sus posibles soluciones reales.
Además de nuestro cerebro craneal, nuestro primer cerebro, disponemos de otros órganos capaces de tomar decisiones de forma independiente o conjunta, como si fueran cerebros.
Nuestro sistema digestivo, en especial su parte nerviosa, se considera un segundo cerebro, Nuestro corazón, un tercer cerebro. Y, las distintas microbiotas que habitan en nuestro cuerpo, el microbioma, un cuarto cerebro. Pero, además, estos cuatro cerebros, interconectados mediante la red psiconeuroinmunoendocrina, están englobados bajo una unidad funcional mental que llamamos quinto cerebro. Nuestro cuerpo, nuestro organismo, encarna este quinto cerebro capaz de coordinarse y actuar como si fuera un médico interior, cuya misión es preservar nuestra vida y nuestra salud utilizando los distintos mecanismos homeostáticos, regeneradores y autocurativos que posee. Un quinto cerebro, un médico interior que, en demasiadas ocasiones, no entendemos lo que nos dice o lo que nos pide y, sin querer, lo saboteamos y lo maltratamos con comportamientos y hábitos nada saludables ni armónicos, dificultándole el cumplimiento de sus funciones.