La meditación nos vuelve conscientes de cosas que no habíamos percibido. Al detenernos por unos momentos, en silencio, y concentrar la atención, comenzamos a ver todo lo que hay en nuestra experiencia. Pensamientos, sensaciones, sentimientos.
Para conseguir estar con nuestras emociones, pensamientos y sensaciones necesitamos desarrollar dos elementos, la concentración para no distraernos y la ecuanimidad, que es nuestra capacidad de no reaccionar.
A veces se interpreta la ecuanimidad como indiferencia, pero no es eso, está más cerca de la imparcialidad. La ecuanimidad no tiene que ser neutra. Puede estar llena de amor y bondad, simplemente no hace distinciones entre un contenido y otro. No se deja seducir por lo que es agradable, ni rechaza lo que es desagradable.
La ecuanimidad nos permite aceptar todos los contenidos como parte de nuestra experiencia, y nos da el espacio necesario para que además de aceptar nuestras experiencias podamos acogerlas con gentileza y bondad.
Si aparece un dolor le damos espacio, lo aceptamos como algo que está ocurriendo en el momento y que nos conviene más atender que rechazar. Al aceptarlo se ablanda algo, del propio dolor y de nuestra propia mente. Hay una relajación.
Si aparece confusión, duda, inquietud, hacemos espacio, lo aceptamos como parte de nuestra experiencia. Es solo otra experiencia más. Un estado de la mente. Aparece agrado, desagrado. Son solo experiencias. La meditación es un proceso de familiarización con nuestro mundo interior.
Y podemos proponernos llevar toda la capacidad de estar con nuestras experiencias que desarrollamos en la meditación, de acogerlas y atenderlas, podemos llevar esta capacidad a las situaciones de nuestro día a día. Cuando algo nos molesta en nuestro día, cuando aparece enfado o confusión, inquietud o ansiedad, culpa o agobio, deseo de que la otra persona haga o diga algo, deseo de que no haga o diga algo… podemos acoger todas nuestras experiencias con bondad, compasión y ecuanimidad.
Meditar, desarrollar concentración y ecuanimidad no nos lleva a ser indiferentes a las situaciones de la vida, sino que nos da el espacio para que aparezcan completamente todas las emociones, las reactividades y los automatismos, permitiéndonos ver con más claridad lo que está ocurriendo lo que estamos viviendo, y así ser capaces de decidir cómo respondemos a nuestra vida y a los demás.
La meditación nos permite darnos cuenta de si estamos sintiendo ira o desesperación o inquietud o negatividad y no creernos tanto los pensamientos que nacen de estos estados internos. Al permanecer presentes con nuestra experiencia en ese momento salimos de las reacciones automáticas, y podemos hacer una pausa y lidiar con esa emoción o estado. Ante la ira podemos traer a la mente a seres queridos y lo que sentimos por ellos, ante la desesperación podemos traer gratitud, ante la inquietud podemos reconectar con el cuerpo y la respiración. Recuperando un equilibrio interno podemos entonces responder mejor a las situaciones que ocurren, lidiando con las dificultades y los retos que la vida nos presenta con presencia, sabiduría y bondad.