Cuando la enfermedad aparece

2 Mar 2020 lectura de 7 minutos
Cuando la enfermedad aparece

Siddharta Gautama dijo que las fuentes del sufrimiento eran básicamente tres: la enfermedad, la vejez y la muerte.

El estudio sobre la mecánica mental alrededor del sufrimiento es un mérito que hay que atribuir a esta práctica o doctrina que llamamos budismo. Según se mire El budismo es una cosa u otra, pero ahora esta distinción no es importante para lo que voy a explicar.

En general la enfermedad implica el reconocimiento del límite de la vida o de la fuerza de la vida.

No porque una enfermedad signifique siempre el final de la propia existencia o la ajena. En ese caso extremo no hay discusión sobre el reconocimiento del final. Más bien me refería a qué se reconoce el límite cuando las posibilidades de sanar o incluso de rescatar el estado anterior a una enfermedad se alejan de nuestro alcance.

El deterioro de la enfermedad es equivalente en muchos casos a lo que puede significar la vejez o edad muy avanzada. Y en ambos casos nos enfrentamos a un cambio sustancial que da al traste con parte de nuestra situación anterior. Y esto no solo es así en el enfermo sino en su propio entorno también. La enfermedad y el desafío que significa sobre la aceptación del nuevo Estado, así como el dolor que pueda entrañar un estado enfermizo antes de entrar en remisión, es gran parte del dolor o sufrimiento que se le atribuye.

Las personas que enfrentan a su alrededor muy a menudo esta tendencia, es decir, que frecuentemente enfermen las personas que les rodean, están invitados a una experiencia crucial y creo firmemente que les ocurre solamente a aquellos que están preparados, o potencialmente preparados, que sabrán adaptarse y, seguramente lo más difícil, aprenderán a seguir viviendo lo más felices posible

He escuchado muchas veces en consulta la angustia que implica el cambio en la naturaleza del enfermo. Lo sorprendente del tema es que el que relata el cambio en esa naturaleza, el que sobre todo habla del deterioro, es el observador, el pariente, el acompañante, el cuidador o todo aquel que ha conocido antes y después de la enfermedad a la persona.

En una ocasión una persona ya extinta en mi vida me relato la angustia que le provocaba el terrible adelgazamiento y deterioro facial de su propio padre motivado por una grave dolencia. Queda claro que el sentimiento de amor seguía siendo el mismo y sin embargo estaba dificultado por el propio aspecto deterioro que había provocado la enfermedad.

Al deterioro se hace mucho más difícil amarle y representa una prueba de gran valor y compasión. Este es otro aspecto de la prueba del límite al que te somete la enfermedad.

Hecha esta tremenda descripción de lo duro que puede ser la convivencia o bien observar las consecuencias de la enfermedad en este ensayo, queda evaluar y comentar cuál sería el enfoque delante de tal drama.

La historia budista relata que el príncipe Siddharta Gautama que no había conocido la muerte, ni tampoco la enfermedad ni la vejez por expreso deseo del rey de los sakyas, escuchando canciones que hablaban de otros países y otros paisajes, pidió una vez más salir de las murallas de uno de los palacios en los que siempre vivía y dos abuelos muy abuelos escapados de la guardia Real le enseñaron la cara de la vejez. El príncipe ni siquiera los reconoció como hombres.

Salir corriendo y escaparse de aquella comitiva zafándose de la guardia real y llegar donde estaban los crematorios y también muchos enfermos así como ancianos, conmovió al príncipe. La realidad es que de donde él venía todo tenía alguna solución, así que en los siguientes años la busco particularmente a través del retiro y la meditación. De hecho Compasión se define como la acción destinada a evitar el sufrimiento en los seres vivos... no a sufrir con ellos.

Nosotros y en nuestra experiencia común sí hemos conocido los estragos de la enfermedad y del deterioro, y no siempre partimos de la base de que exista algo que se pueda hacer.

Sogyal Rimpoché en su libro titulado “El libro tibetano de la vida y la muerte”, relata muchas experiencias, pero quizás lo que más destaca y en muchos hospitales europeos se ha tenido en cuenta es el concepto del acompañamiento. Desde el punto de vista del que ayuda o es el observador o interventor en el proceso de la enfermedad, su presencia y compañía, así como intentar comprender el proceso del dolor, es esencial.

Parece que sea lo más básico y se dé por sobreentendido y sin embargo no es así. Y además representa una gran dificultad no solo por nuestra nueva estructura social sin tiempo, sino porque implica el saberse diferenciar del dolor o sufrimiento de la otra persona y sin embargo ser activo en intentar la solución y, como he comentado, estar presente.

Tal es la contribución de la meditación que disocia el objeto observado de la propia conciencia. Y este podría ser uno de los consejos, harto difícil cuando son personas muy propias como la familia, y aunque fuera una persona que hubiera tenido que ver en nuestra vida de forma importante.

Desde el punto de vista del enfermo, conocer la clase del mundo en la que vivimos y cuáles son los ciclos de la vida y de las propias enfermedades, quizás sean una buena base para aceptar y enfrentar. Pues la clase del mundo la que vivimos todo tiene principio y final y todo es impermanente.

Solo queda quizás el valor más elevado y es dejar detrás nuestro un buen legado. Algo que las personas venideras puedan aprovechar para mejorar su vida. Ser una contribución más allá de nuestra propia vida, al margen de engendrar hijos, creo que es una de las formas de combatir el dolor y el sufrimiento de la enfermedad, y finalmente la extinción de la propia vida. Cuando practicamos esto en vida, algunos le llaman Amor, otros compasión y quizás más modernamente como he dicho más arriba, ser una contribución, plantamos cara a la enfermedad aún aceptando su desgarro.

No acabaré este pequeño escrito recordando a tantos que sufren o han sufrido las enfermedades y aquellos que también las han sufrido como acompañantes, sin pensar que finalmente el Amor es una de las grandes formas de mitigar el sufrimiento, algo que Melanie Klein nos indica desde el principio de la vida cuando el bebé recién nacido fábula la muerte de él y de todo (el ello), simplemente porque tiene hambre y aún no se ha satisfecho, por qué no tiene todavía ninguna experiencia de compensación de una necesidad.

Creo que lo que nos cuenta sobre cómo ayudar al bebé es también aplicable al enfermo, que probablemente piensa en lo peor. Aquello que una extraordinaria paciente me dijo una vez: “entonces el amor es la solución” no hay que olvidarlo en los momentos de la dolencia.

Y algo más allá de la competencia en saberse alejar del dolor pero serle combativo, del acompañamiento y amor, es aprender a pedir ayuda. No hablo solamente de pedir ayuda a los más cercanos, sino de pedir ayuda a esa Fuente de energía que aunque nos facilita experiencias como estas, de algún modo ampara y cuida a sus propias proyecciones que somos nosotros y toda la creación. A esta fuente, energía o vibración algunos le llaman el prana, otros el tao, otros la gran conciencia, gran espíritu, dios, etc...