Qué es la ansiedad y por qué hay que estar en alerta

José María Guillén Lladó
10 Sep 2018 lectura de 10 minutos
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Según la Organización Mundial de la Salud, en menos de 20 años la depresión será la primera causa de discapacidad en todo el mundo. Sin embargo, en la práctica clínica se constata la existencia de un trastorno aún más frecuente que la depresión: la ansiedad. Y teniendo en cuenta que ésta puede ser la antesala de depresiones, obsesiones, fobias, trastornos alimenticios, metabólicos y otras enfermedades aún más complejas y graves, podemos deducir y afirmar sin riesgo a equivocarnos, que la ansiedad es una de las mayores amenazas presentes y futuras para la salud de millones de personas.

La razón por la que a la ansiedad no se le reconozca su importancia epidemiológica real es que, desde un punto de vista patológico, mantiene un rol sociosanitario inferior a la depresión, lo que propicia que se encuentre infradiagnosticada e insuficientemente tratada y, en consecuencia, no se contabilicen tantos casos, ni tan graves, como en la depresión, lo que comporta que la ansiedad no se encuentre en lo más alto de ese ranking oficial de morbilidades, aunque en ocasiones se la mencione solapadamente con la depresión.

En general, a la ansiedad se la suele relativizar e infravalorar. Muchas personas afectadas la sobrellevan silenciosa y resignadamente, creyendo que es solo su forma de ser, aunque lo cierto es que es más bien una forma de actuar que no una forma de ser. Eso hace que con excesiva frecuencia se recurra al alcohol, a excesos alimenticios o a ansiolíticos de forma indiscriminada, como recursos fácilmente accesibles para sentirse temporalmente aliviado de la angustia y la tiranía que le provocan las preocupaciones a la persona afectada, pero sin que en modo alguno constituyan una solución al problema y a su causa, ya que ésta no se afronta, sino que se evade, lo que favorece una constante retroalimentación del problema y una paulatina agravación de sus síntomas y consecuencias.

Nos hallamos ante un problema realmente importante, tanto a nivel poblacional, por sus repercusiones económicas, laborales y sociales en general, como a nivel individual y familiar, por el sufrimiento que genera. Un problema que requiere abordarse de forma prioritaria, porque está aumentando imparablemente. Y está aumentando, entre otras razones, porque las personas se encuentran sujetas, cada vez más, a situaciones de mayor estrés debido a los problemas económicos, familiares, sociales…

También aumenta porque, a pesar de estar infradiagnosticada e infratratada, cuando se trata, en demasiadas ocasiones, se hace de forma parcial o inadecuada, atendiendo a los síntomas y no a su causa o raíz emocional. Y aunque en casos graves puede ser necesaria la utilización de fármacos para controlar la situación, la resolución final del problema debe contemplar, también necesaria e ineludiblemente, mejorar la gestión emocional de la persona afectada.

Igualmente si se utilizan suplementos naturales, que pueden ser de gran utilidad si se utilizan adecuadamente, pues pueden ayudar a mejorar, pero sólo hasta cierto límite.

El resto de la mejora y la resolución final debe pasar ineludiblemente por tratar su verdadera causa o raíz emocional pues, no nos engañemos, la ansiedad tiene, ante todo, una raíz emocional y, ésta, debe ser tratada y resuelta psicológicamente si se quiere resolver adecuadamente.

Alguien puede pensar que la ansiedad es una enfermedad de clara base neurológica, provocada por desequilibrios en algunos neurotransmisores como por ejemplo la dopamina. En algunos casos sí que puede estar propiciado por este tipo de causas endógenas, pero en la mayoría eso sería tan falaz como si pensáramos que las lágrimas son la causa de la tristeza. No hay que confundir los efectos con las causas. Como tampoco hemos de creer que todos los trastornos emocionales son enfermedades, aunque así se indique en los manuales de diagnóstico. Por ejemplo, en el primer Manual  para el diagnóstico y estadística de trastornos mentales (DSM I), la homosexualidad era considerada una enfermedad. En la segunda edición (DSM II) se modificó el término homosexualidad y se cambió por el de trastorno de orientación sexual, aún de clara índole patológica. En el DSM III se incluyó como trastornos de identidad sexual.

Finalmente, en la revisión de ese tercer manual y en la cuarta edición (DSM IIIR y DSM IV), ya se suprimió todo diagnóstico patológico referente a la sexualidad. Es decir, a medida que la sociedad y sus conocimientos evolucionan, también lo hacen conceptos que nacieron en momentos históricos anteriores, debiendo ser paulatinamente revisados y actualizados. Ahí podríamos incluir el concepto y la etiología de la ansiedad. En tanto en cuanto se mantengan conceptos obsoletos, no se podrán mejorar las expectativas. Como está ocurriendo.

Dicho esto, deberíamos entender que la ansiedad, antes de ser un problema de salud, que lo es, es y ha sido un problema educativo. Nos han educado para aprender habilidades productivas, básicamente enfocadas a ser útiles en el mercado laboral, a competir con los demás o con nosotros mismos, a cómo ganar dinero, a saber cómo funciona el último modelo de cualquier aparato, o a saber la última noticia de las estrellas del rock, del fútbol, o de la tele… Es decir, nuestro aprendizaje se enfoca a habilidades y conocimientos externos, muchas veces superfluos, pero no aprendemos a entender ni a dominar nuestra propia mente o nuestro propio cuerpo.

Entonces, cuando tenemos problemas, por pequeños que sean, necesitamos la ayuda de un experto, por lo general, un médico o un psiquiatra. Si éste se limita a recetarnos unas pastillas, poco a poco iremos entrando en un círculo vicioso que nos sumirá en la impotencia propia de un paciente. Necesitamos conocernos mejor a nosotros mismos y a nuestras capacidades para superar esta especie de analfabetismo sobre nosotros mismos, así como conocer y entender qué es en realidad la ansiedad desde un enfoque más biopsicosocial, que nos aporte una visión distinta, más completa y realista de la que nos ha dado el sistema biomédico convencional, que todo lo patologiza y todo lo medica.

La ansiedad forma parte de un mecanismo fisiológicamente beneficioso y necesario, útil e indispensable para cuando nos encontramos en peligro, ya que estimula todos nuestros sistemas internos para luchar y sobrevivir, pero que se convierte en perjudicial cuando se dispara sin causa real y se mantiene demasiado tiempo sin motivo, generando preocupaciones excesivas, persistentes e incontrolables alrededor de una amplia gama de sucesos o actividades, con una intensidad, duración o frecuencia desproporcionadas en relación a la probabilidad o impacto real del acontecimiento temido.

Efecto de las preocupaciones en la ansiedadEstas preocupaciones suelen basarse en el miedo a perder el control de la situación, resultándole muy difícil a la persona, controlar este estado de alarma y constante preocupación, generándole a su vez, síntomas como inquietud, impaciencia, nerviosismo, miedo difuso, gran fatigabilidad, dificultades de concentración, quedarse en blanco, irritabilidad, tensión muscular, opresión pectoral, ataques de pánico, ahogo, palpitaciones, temblores, sudores, alteraciones del sueño… La persona con ansiedad pretender tenerlo todo controlado. Lógicamente, eso es una misión imposible. La persona con ansiedad da vueltas y vueltas a sus preocupaciones, siendo incapaz de alcanzar una solución, de tomar decisiones, de llevar a cabo una actuación decisiva y de vivir con relativa tranquilidad con las consecuencias, razones por las que se hace indispensable pedir ayuda especializada.

No obstante esa aparatosa y devastadora realidad que rodea a la ansiedad, lo cierto es que puede tratarse con éxito en muchos casos mediante el apoyo y el consejo psicológico adecuado. Los tratamientos psicológicos de la ansiedad se suelen centrar en dos focos principales, que son las preocupaciones excesivas e incontrolables, y la sobreactivación que las acompaña, mediante un tratamiento educativo y un entrenamiento psicológico que permitan entre otras cosas, comprender, modificar y dominar aquellas creencias o pensamientos, actitudes y conductas que le provocan, así como un aprendizaje de técnicas de relajación, en especial las técnicas de relajación progresiva y de respiración controlada. El psicoterapeuta acompaña a la persona durante todo el proceso, para facilitarle ese trabajo interno, no exento de esfuerzo y constancia, pero que realizado adecuadamente irá reforzando gradualmente su autoconocimiento y generando mayor autoconfianza, así como un mejor control o liberación de las preocupaciones.

Se trata también de favorecer la mejora del estilo cognitivo y de la gestión emocional de la persona, así como de optimizar sus relaciones y habilidades sociales. No obstante, para asegurar el mayor éxito y consolidación del proceso, se debe incidir en que tome plena consciencia de las raíces y causas reales de su comportamiento ansioso, para que pueda irse despojando de ellas al tiempo que las vaya reformulando y cambiando por nuevos pensamientos y comportamientos más racionales, equilibrados y armónicos.

En muchos casos, la raíz de ese comportamiento ansioso, sus miedos y las excesivas preocupaciones que comporta, no procede en realidad a la persona afectada, sino que suelen ser producto del aprendizaje forjado dentro de su núcleo familiar, tomando como modelo emocional a la madre, al padre, a la abuela o al hermano… O también como consecuencia de una sobreprotección, de un abandono afectivo o de la excesiva rigidez de los padres, generando inconscientemente mecanismos defensivos y evitativos, a la vez que forjándose una baja autoestima y autoconfianza en la propia persona. Mecanismos que, con los años, ésta asume como propios, cuando en realidad no lo son. En cierto modo han sido heredados. Aprendidos. Y la buena noticia es que se pueden desaprender, mediante el trabajo y la elaboración psicológica, de forma que la persona afectada empiece a conocerse realmente, a confiar más en ella misma y a modificar su comportamiento de forma práctica y positiva.

La terapia cognitivo-conductual es la técnica psicoterapéutica más utilizada actualmente para tratar la ansiedad, y la que goza de mayor respaldo oficial por la eficacia mostrada en multitud de investigaciones científicas. No obstante, el terapeuta debe abordar cada caso de forma muy individualizada y adaptar el tratamiento a las características singulares de la persona, con el fin de llegar a ella de forma más clara y profunda, favoreciendo una mayor y mejor respuesta.

La psicología ecológica adaptada a la persona y la psiconaturopatia, son enfoques que permiten ampliar el marco conceptual desde el que actuar, y promover una mejor comprensión de los problemas, así como una mayor respuesta y consolidación de los logros por parte de la persona tratada.

Finalmente, hay que tener en cuenta que, actualmente, ir al psicólogo ya no se considera algo degradante como en décadas atrás, sino que ahora ya se suele considerar algo tan normal como ir a la peluquería o al gimnasio, sólo que en lugar de dirigirse a mejorar la imagen corporal, se dirige a mejorar nuestra imagen emocional, útil e indispensable para transmitir nuestro verdadero potencial interno, y sentirnos más felices y seguros de conseguir nuestros objetivos personales.

No hay razón, pues, para no intentar luchar contra la ansiedad. Tenemos medios para vencerla. ¡Ánimo!