Los efectos secundarios de la crianza

Blanca Sánchez Pérez
10 Mar 2020 lectura de 4 minutos
Los efectos secundarios de la crianza

Si hay un rasgo que nos caracteriza como especie ese es sin duda, y desde mi punto de vista, la fragilidad. La fragilidad y la lentitud con que aprendemos, añadiría yo. Por poner un ejemplo de los miles que podría citar, casi cualquier otra especie nace y prácticamente al momento está de pie y caminando; el humano tarda de media entre trece y quince meses, eso los más avispados; esta cifra puede incluso retrasarse según el bebé y sus circunstancias.

Pensando en la crianza tan larga y costosa de los hijos, es inevitable pensar en los progenitores pues son ellos los que nos enseñan, y es a través de la imitación de sus acciones como aprendemos a hablar, a comportarnos y a ser en definitiva. Pero ¿qué hace que los hijos nazcan no sólo fuertes y sanos, sino seres autónomos, capaces, educados, independientes y sobre todo y lo más importante: felices?

Los padres viven cada vez más estresados, sufriendo cada día situaciones más y más complejas dentro del núcleo familiar y laboral, así como diversas presiones culturales y sociales por tener y dar al pequeño absolutamente de todo, pero ¿es eso lo que realmente necesitamos para crecer sanos y felices? ¿Cómo hubiera sido la propia crianza si hubieran compartido el mayor tiempo posible contigo jugando, riendo, con menos gritos, con menos ordenadores o móviles, con menos prisas, pero más afecto y dedicación por saber de ti y tus gustos, por conocerte mejor como ser humano ligado a ellos y, al mismo tiempo, ser independiente con tus propias capacidades?¿Cómo hubiera sido si te hubieran escuchado más, si no hubieras tenido miedo (respeto), si no te hubieran cortado tus maravillosas alas creativas, si no te hubieran impuesto sus visiones y creencias, sólo alentándote a que fueras la mejor versión de ti mismo? ¿Cómo hubiera sido si tus padres se hubieran amado a ellos mismos y entre ellos profundamente? ¿Cómo hubiera sido si ellos, primero de todo, hubieran sido felices en su propia piel y mente?

Me es absolutamente inevitable pensar (y los hechos así lo demuestran) que el estado emocional de los padres afecta y es directamente proporcional al estado de ánimo y la visión posterior que tienen del mundo sus crías. El afecto sincero y real de los padres en los hijos tiene un impacto tan enorme en ellos que los determina para el resto de sus vidas: mayor autoestima, menos problemas comportamentales, menos daños psicológicos, menos aislamiento, más y mejor rendimiento escolar, más y mejor comunicación y un largo etcétera.

Parece ser que todo se reduce al amor. Amor primero por uno mismo para luego poder transmitirlo a los hijos; amor y respeto por tu propia persona, amor y férrea creencia en ti mismo y en aquello que haces para luego traspasar esa sensación sin tener que hacer nada porque se ve, se nota, se palpa, se sabe. Amor por lo que estás creando: los hijos no son una salida, ni un juego, ni una forma de amarrar a nadie; no son un arma de un progenitor contra el otro, no son un “voy a probar a ver si”, no son un “tengo la casa, el coche, el trabajo, el perro, ¿qué me falta?”, no son un entretenimiento para una vida vacía, ni un remedio para curar las propias debilidades y carencias. Son seres humanos que nacerán frágiles y más torpes aún si no tienen a su lado el amor y la firmeza (seguridad) que necesitan para guiarles en el camino, en su propio camino. Así que, si vas a convertirte en padre, madre, progenitor, piensa que lo que más necesitamos (lo que más hubieras necesitado tú mismo) es un auténtico, palpable y verdadero legado de amor.