¿Crees que sabes quién eres?

Blanca Sánchez Pérez
3 Ago 2020 lectura de 5 minutos
¿Crees que sabes quién eres?

¿Qué crees que dirían de ti si preguntásemos a tus más allegados, a tus amigos más íntimos, a tus familiares, a tu pareja o a tu persona especial? ¿Crees que su discurso y su idea de ti se ajustaría y se correspondería con la realidad?

Espinosa cuestión ésta que me traigo hoy entre manos, ya que en la mayoría de los casos no somos lo suficientemente objetivos como para poder contestar a estas preguntas sin alterar la realidad, y el que pueda hacerlo seguramente estará en un nivel personal interior muchísimo más elevado que el resto de sus congéneres. Será ese al que el resto llama irónicamente “incomprendido” o incluso a veces hasta “inadaptado”. Ya sabes, en este mundo para conseguir poco se necesita estudiar mucho, por lo que nunca dejará de sorprenderme cuán osado es el ser humano.

Pero volviendo al hilo, el caso es que, seguramente, la forma en que te identificas como individuo y la manera en que te ves a ti mismo y al mundo que te rodea no tenga nada o muy poco que ver con lo que en realidad es y eres. Y es que el conocimiento verdadero y profundo de la propia persona requiere años y años de buenas y malas experiencias, de sinsabores y caídas, leves y no tan leves, de años de triunfos y tragedias personales que van forjando carácter y mente, alma y espíritu y así un largo etcétera hasta que llegas a ese punto de tu vida en que crees conocerte y entenderte mejor que nadie. Así hasta llegar a lo que tu persona es hoy, por dentro y por fuera. Saber cómo se forjó ese carácter es fácil, sólo hay que echar la vista atrás. Reconocerlo y estar a tiempo de hacer algo significativo con él es harina de otro costal.

Tiendo a pensar que casi ningún humano se ve a sí mismo, ni al mundo, tal como es, sino que lo ve y se ve en función de quién es. Y creo que esto es así irremediablemente, casi fatídica o proféticamente diría yo, “gracias” a una suerte de filtro que llevamos integrado de serie en los ojos desde nacimiento y aderezado por nuestra crianza, por la familia, por el entorno en el que crecemos y por una variable de circunstancias que combinan lo controlable con lo no controlable, y que nos lleva a ver las cosas tal como queramos que sean y no como son aunque la realidad sea apabullante. Por ello, quitarnos ese filtro sería una experiencia única que nos enriquecería enormemente como individuos y como sociedad en general, ya que ese sería el primer paso para poder llevar a cabo los cambios y ajustes que todos tenemos que hacer en nuestras propias personas para crecer y evolucionar positivamente como seres. Y si hiciéramos esto, el camino de baldosas amarillas sería sin lugar a dudas ese que nos llevaría a una existencia más pura, más limpia, más sencilla y, sobre todo, mucho más plena y placentera.

¿Será cosa de nuestros sentidos vitales que nos traicionan mucho más de lo que estamos preparados para asumir y admitir? ¿Tendremos los seres humanos una visión “selectiva” hacia nosotros mismos? Pero sobre todo y más importante, ¿nos beneficia eso en algo? Diría que en poco o en nada nos ayuda esa actitud, pues la percepción real y objetiva de nuestra propia persona es el paso fundamental y primordial para estar conectados al mundo que nos rodea, es decir, para sentir que estamos realmente con los pies en la tierra, quedando de esta forma mucho más claro quiénes somos, cuáles son nuestras virtudes y cuáles nuestras carencias, resultando todo ello en el conocimiento claro y diáfano de nuestro cometido y función personal e individual en la vida.

Lo ideal sería examinarse honestamente, y hacerlo a menudo, pero vivimos en un mundo que no deja aire, espacio ni tiempo para pensar si quiera en estos temas. De esta manera, vivimos la vida como autómatas, mirando al pasado cuando ya es demasiado tarde para entender lo que realmente somos y cuál es nuestro verdadero camino. Está en tu mano y en tu trabajo diario y personal para contigo mismo identificarte, reconocerte y reconectarte con quien verdaderamente eres para hacer de todo eso lo mejor posible “aquí abajo”. Y no tienes más tiempo que perder, ni excusas que poner. Tendrás la respuesta cuando lo reflexiones seria y profundamente. ¿Acaso no te has preguntado nunca para qué estás aquí?