Mejor en la salud que en la enfermedad...

30 Dic 2018 lectura de 6 minutos
Mejor en la salud que en la enfermedad...

El título de este artículo aunque podría parecer una obviedad, no lo es tanto. Por supuesto todos preferimos vivir sanos, alejados de la enfermedad, sin dolores o malestar físico, mental o espiritual. Sin embargo, en nuestra sociedad priman los recursos destinados a la enfermedad. ¿Por qué dedicar tantos esfuerzos a la enfermedad cuando todos queremos estar sanos?. ¿Por qué no prestar más atención a la salud?

Parece un sinsentido, ¿no es cierto?. La realidad es que los gobiernos dedican más dinero, personal, espacios, campañas, recursos materiales, etc., a la enfermedad que a la salud. Vivimos en la cultura de la enfermedad, en la que se nos educa a recuperarnos de la misma en lugar de enseñarnos a vivir sanos y saludables.

Esto no es nuevo. La cultura de la enfermedad tiene raíces milenarias e incluso orígenes de tipo divino frente a los que nada se podía hacer. Dichos populares relacionados con la enfermedad tales como "dios quiso que le diera un infarto" o tradiciones populares como ir a rezar a la virgen o hacer una peregrinación a un lugar sagrado para pedir por la salud del enfermo, dan fe de ello.

La cultura de la enfermedad promueve el desconocimiento, la dependencia a doctores, pastillas y pruebas médicas, la irresponsabilidad por nuestra parte en el desarrollo y mantenimiento de la enfermedad o mejor dicho la búsqueda de la responsabilidad fuera de nosotros. Genera estrés, ansiedad, convirtiéndonos en sujetos vulnerables, inseguros y miedosos frente a la misma. Nos convierte en sujetos indefensos ante la terrible enfermedad.

Es habitual preocuparse de la salud sólo cuando la perdemos. En consecuencia y por poner un ejemplo, acudimos al cardiólogo cuando durante tiempo prolongado notamos presión y dolor en el pecho y éste nos limita nuestro quehacer diario. Entonces alegamos, convencidos de nuestro historial familiar heredado rigurosamente generación tras generación, que se trata de un problema genético, hereditario...sin tener en cuenta ni dando importancia alguna a los hábitos que nos han acompañado desde nuestro nacimiento de los cuales sí somos responsables (alimentación, actividad, exposición a factores contaminantes, aptitudes ante la vida, relaciones sociales, etc.).

Es excesivamente frecuente escuchar en consulta palabras como las siguientes en los pacientes: "padezco de HTA, pero es normal, mis padres y abuelos también tenían la tensión alta...". Desde esta posición nuestro papel es casi irrelevante. El médico será el que realice el diagnóstico preciso y determine qué tratamiento es el más adecuado para nuestro caso. El paciente desde la cultura de la enfermedad es pasivo, mientras que el doctor será la parte activa que tiene que resolver el problema de la enfermedad. Esto nos sitúa sin duda en una posición total de indefensión e irresponsabilidad por nuestra parte. Ahora imagínese que es diagnosticado de una enfermedad grave. ¿Qué puede hacer aparte de dejarse asesorar por las prescripciones de su médico y en el caso de que sea creyente, consagrarse a su santo favorito?

Nuestro estado de salud es claro reflejo de cómo nos percibimos a nosotros mismos y a nuestro mundo. Si me percibo integrado y en armonía, siguiendo las leyes naturales que gobiernan la naturaleza, mi cuerpo, mente y espíritu cabalgarán en esta dirección, por lo que estaré más cerca de la salud. Mis actos, pensamientos y sentimientos me guiarán de manera natural por el camino adecuado. Desde la cultura de la salud el individuo no espera a que la enfermedad asole el cuerpo para ponerle remedio, sino que mantiene su cuerpo, mente y espíritu en constante equilibrio. Si por el contrario me percibo alejado del mundo, de los demás, en continua lucha contra las leyes naturales, mis actos, pensamientos y sentimientos me llevarán a ir contra la corriente, por lo que estaré más cerca de la enfermedad.

La salud y la relación cuerpo-menteAdemás, la cultura de la enfermedad alimenta la idea equivocada de que ésta se soluciona al suprimir o eliminar los síntomas, eliminar el dolor, etc. Las campañas publicitarias de las farmacéuticas utilizan estos mensajes para vender sus productos, generando millones de pacientes adictos a las pastillas.

En palabras del conocido médico Henry Lindlahr "la mayor parte de las enfermedades crónicas se generan con la supresión de las dolencias agudas mediante la intoxicación con fármacos". Lo primero que quiere un paciente cuando padece una enfermedad es eliminar los síntomas asociados o calmar el dolor. Acude al médico y tras recibir tratamiento farmacológico, con suerte los síntomas desaparecen, pero no el origen o causa de la enfermedad, y lo que es más grave, la supresión de estos síntomas de manera continuada puede evolucionar a enfermedades de tipo crónico.

Fomentar la cultura de la salud en la que cada individuo sea responsable de la suya es una excelente noticia. El cuerpo humano tiene un enorme potencial curativo latente en su interior. El proceso de curación sucede siempre en el cuerpo y está controlado por el cuerpo.

Algo está cambiando y cada vez son más los que dudan de los efectos de la medicación y prefieren tratamientos alternativos y naturales para el alivio de sus dolencias. Sin embargo, la cultura de la salud debe ir más allá, promoviendo la salud como algo permanente que ha de ser parte de nosotros, favoreciendo las fuerzas naturales de la salud que hay dentro del individuo. Desde esta perspectiva la enfermedad no es considerada como algo malo sino como el mensaje que nos envía el cuerpo para que cambiemos, para que recobremos el equilibrio. La enfermedad es la lucha entre ésta y la salud. Enfermarse no es otra cosa que un signo de salud. Un cuerpo moribundo cercano a la muerte apenas puede combatir la enfermedad, sin embargo, un cuerpo saludable se enfrenta diariamente a la lucha por mantenerse sano.

No nos empeñemos en combatir la enfermedad, no necesitamos más hospitales. Necesitamos más educación y promoción de la salud. El futuro debe mirar hacia el viejo Oriente, en el que en la antigüedad los pacientes acudían al médico aún cuando estaban sanos y el médico solo cobraba en caso de que éste se mantuviese saludable.