¿Por qué nos cuesta tanto cambiar?

Ana Madrazo Gonzalez
17 Dic 2019 lectura de 8 minutos
¿Por qué nos cuesta tanto cambiar?

Cuántas veces hemos querido cambiar un hábito o algo en nuestro comportamiento y nos hemos visto incapaces, cayendo de nuevo en nuestros viejos patrones.

  • ¿Te ha ocurrido que has intentado no enfadarte con ese familiar que te saca de quicio, y has acabado repitiendo la misma escena?
  • ¿Has intentado perder esos 4 kilos que te sobran y tras hacer grandes esfuerzos un día vuelves a caer en la tentación de comerte ese croissant de chocolate y te rindes? ¿o fumando, o bebiendo?... cualquiera que sea tu vía de escape.
  • ¿Siempre escribes tu nuevos propósitos para el año nuevo, como hacer ejercicio, comer saludable o cuidarte un poco más, pero acabas en la misma rutina del día a día, sin conseguir ni una décima parte de esa lista de propósitos?
  • ¿Sientes que tu vida está estancada en un bucle que se repite como el día de la marmota?

Algunas personas piensan que cambiando el pensamiento de negativo a positivo ya se cambia todo. Pero no es así. Te puedes repetir hasta la saciedad “yo me siento fuerte y grande en todo momento” y llega una día en el que aparece tu jefe y permites que te empequeñezca hasta sentirte insignificante. O te repites la frase “yo puedo sentirme tranquilo en todo momento” pero un día vienes cansada/o del trabajo y tus hijos sin parar de gritar acaban por sacar al monstruo que llevas dentro y te lías a gritos, etiquetándoles y diciéndoles todo aquello que siempre dijiste que no dirías.

¿Por qué nos ocurre esto?

Nuestra mente y cómo está relacionada con nuestras emociones, con nuestro cuerpo y con la realidad que vivimos es muy simple y a la vez muy complejo.

Cada experiencia que hemos vivido en la infancia cargada de una emoción, establece una red neuronal en nuestro cerebro, activando una serie de neuronas. Dependiendo de la emoción que hayamos experimentado el cerebro segrega una serie de hormonas. Así por ejemplo si de pequeños al portarnos mal, nuestra mamá o papá nos pegaba y la sensación que sentíamos era la de injusticia, miedo o rabia, nuestro cuerpo se inundaba de hormonas de cortisol que activan el estrés y el estado de alerta en nuestro cuerpo. Si este suceso se repetía más de una vez, se establecía como una creencia y una verdad absoluta de causa y efecto, y ese nivel de hormonas quedaba memorizado en nuestro cuerpo: “Si me porto mal, mi mamá me pega y eso me da miedo, me produce rabia y me siento pequeño”.

Conforme crecíamos intentábamos evitar esas emociones, portándonos mejor o no diciéndole a nuestros padres lo que no les iba a gustar, así nuestro comportamiento hacia los demás se iba modificando siendo por ejemplo “el niño o niña buena”, que intenta inconscientemente no hacer enfadar a sus padres ni decepcionarles. Esas eran nuestra máscaras que formaron nuestra personalidad. “El niño o la niña buena”, “el graciosillo”, “el hombre de éxito”, “el inteligente...”, “el travieso...”

Esas máscaras o saboteadores siguen actuando de adultos. Es lo que al final llamamos la personalidad, pero está sostenida por creencias, en su mayoría originadas por percepciones erróneas de un niño, o por actuaciones equivocadas de unos padres en su intento por educar.

Estas creencias que forman a nuestros saboteadores, se reflejan en muchos aspectos de nuestro día a día. Por ejemplo, aguantamos un trabajo que no nos llena ,solo porque me nos un estatus, y mis padres y el resto de nuestro entorno así, están orgullosos de lo que hemos conseguido. ¿Cómo íbamos a decirles a nuestros padres, que el niño o la niña buena lo deja todo y se va a dedicar a salvar a las ballenas, o a su hobby, que es pintar... Nos dirían que nos hemos vuelto locos... ¿Cómo les vamos a decir a nuestros padres que no vamos a ir a comer el domingo, que siempre nos esperan porque sencillamente no nos apetece?

De la misma forma, si nos esforzábamos y nos exigíamos en ser el o la mejor, nuestros padres estarían muy orgullosos y así no les decepcionaría. Ahí nace “el autoexigente”. Personas que se exigen mucho en la vida, pero siempre esperando recibir inconscientemente la aprobación y el reconocimiento final de los demás. Si este reconocimiento no llega, se ven atrapados en una exigencia que les va consumiendo en forma de estrés, de ansiedad, de agotamiento. Pregúntate: ¿Para quién haces lo que haces? ¿Lo seguirías haciendo si estuvieras solo en el mundo?

El gran problema es que por muchas máscaras que hayamos creado para evitar sentirnos mal, en nuestro interior quedan memorizadas aquellas sensaciones y niveles de hormonas que sentíamos de pequeños. Y en lo más profundo de nosotros, todavía somos aquellos niños asustados que temían ver enfadar a sus padres, o que mostraran una cara de decepción. Esos niños que se sentían pequeños, injustamente tratados y llenos de rabia porque no les comprendían, ni les dejaban ser libres.

Las varias máscaras que usamos para no sentirnos mal

Todas esas emociones, son las que ahora gobiernan nuestros actos y por tanto nuestra vida de manera automática. Y no se irán de nosotros por más que nos repitamos una frase positiva. Esas emociones estarán ahí, hasta que bajemos a mirarles a los ojos a cada una de ellas.

Por ello, cada uno de nuestros cuerpos: el físico, el mental y el emocional debe ser tratado de forma distinta, para ser sanado. Aunque el objetivo final sea el de alinearlos a un mismo propósito que es: El de amarse y aceptarse tal y como somos.

Todas esas creencias, son pensamientos inconscientes que bombardean nuestra mente a la velocidad de millonésimas de segundo. Tenemos más de 50.000 pensamientos diarios, que controlan nuestro cuerpo de manera automática, haciéndole sentir emociones pasadas, una y otra vez sin poder darnos cuenta. Vamos en un piloto automático, repitiendo emociones, pensamientos y comportamientos día tras día.

¿Cómo detener esto?

En la mayor parte de los casos vamos a necesitar ayuda de profesionales que nos reflejen aquellos patrones mentales y emocionales a los que somos tan inconscientes que no vemos.

Hay varias formas:

  • Mediante la auto-observación sin juicio. El Mindfulness. Entrena la capacidad de observar el momento presente sin juzgar, desapegándonos de emociones, pensamientos y sentimientos y aceptándolos. Requiere práctica constante.
  • Mediante la auto-consciencia. El coaching es una disciplina que ayuda a despertar la consciencia y el auto-conocimiento. Utiliza preguntas poderosas de reflexión y el arte del espejo para transformar el inconsciente en consciente y desde ahí cambiarlo.
  • Mediante la escucha al cuerpo y a las sensaciones. El cuerpo, al tener memorizadas todos esos niveles de hormonas, relacionados con emociones repetitivas, nos va a servir de maestro. El cuerpo nos llevará a la mente subconsciente, y a todo lo que nos está guiando de manera automática.

¿Cómo entonces realizo el cambio integral?

Tendremos que cuidar a cada una de las partes de nuestro Ser de manera individual, dándoles su “alimento” correspondiente para sanarlo y después alinearlos todos.

  • Cuerpo físico. Se alimenta de comida y bebida, saludables. Nutrientes químicos que le aportan la vitalidad necesaria. También se alimenta de ejercicio físico, de movimiento, de estiramientos, y de relajación.
  • El cuerpo mental: Se alimenta de retos, de acertijos, de curiosidad, de novedades, y sobre todo de momentos de silencio para bajar sus ondas a frecuencias más bajas.
  • El cuerpo emocional. Se alimenta de compasión, de espacio, de contemplación y de aceptación. No se alimenta de chocolate.

Una vez sanados los tres cuerpos, los alineamos al cuerpo espiritual: nuestro propósito de vida. Nuestro ser auténtico, incluyendo las luces y las sombras.

Tras haber llegado a ese punto, nace el auténtico AMOR hacia uno mismo. La autoestima crece y guía nuestra vida. El foco ya nos está en los demás y su aprobación, sino en nuestro propio bienestar y felicidad. Entonces trabajamos la imagen personal para alinearla a quien realmente somos.