¿Cuánto tiempo podemos sobrevivir sin comer?, algo más de un mes. ¿Y sin beber?, unos pocos días. ¿Y sin respirar, cuánto tiempo podemos vivir sin respirar?, ¡apenas unos minutos!.
El orden de prioridades de nuestro organismo está bastante claro en ese aspecto. Entonces... ¿por qué, salvo raras excepciones, no le concedemos a la respiración la importancia que se merece? El hecho de que sea algo que hacemos mecánicamente y sin pensar no es motivo para no prestarle atención.
Cuando tiempo atrás (ahora ya no se me ocurriría hacerlo...) les decía a mis pacientes que tenían que aprender respirar bien, e intentaba enseñarles cómo hacerlo, la reacción general era una mirada, mezcla de asombro y de incredulidad, como pensando ¿qué está diciendo?. Y tenían razón... No tiene mucho sentido enseñar a respirar a nadie.
La fibromialgia es una dolencia en la que se inflama el tejido conjuntivo y hay alteraciones en el sistema nervioso y en partes del cerebro propiamente localizadas.
Afecta sobre todo a las mujeres y muy especialmente con edades comprendidas entre los 25 y 45 años aproximadamente, con un perfil de mujeres que compaginan la vida laboral, familiar y personal con un nivel de estrés muy alto (normalmente no son conscientes de ello), lo que les provoca una sintomatología de fatiga extrema, mucho dolor muscular y de las articulaciones, insomnio por todas estas molestias difíciles de tratar y pueden llegar a la depresión por la sensación de impotencia y frustración resultado de las escasas soluciones de la medicina tradicional o alopática, que la considera una dolencia de tipo reumática extra-articular, con trastornos del sueño y que produce una gran tensión psíquica y/o ansiedad.
Posiblemente este sea mi último artículo y, con estas mis conclusiones, deje de calentarme la cabeza por algo que sinceramente creo firmemente no tiene solución. Luchar contra un sistema minuciosamente programado e implantado, del cual solo somos marionetas, en mi opinión es un enorme error.
La OMS define la salud como «La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades.». La cita procede del Preámbulo de la Constitución de la Organización Mundial de la Salud, que fue adoptada por la Conferencia Sanitaria Internacional, celebrada en Nueva York del 19 de junio al 22 de julio de 1946, firmada el 22 de julio de 1946 por los representantes de 61 Estados (Official Records of the World Health Organization, Nº 2, p. 100), y entró en vigor el 7 de abril de 1948. La definición no ha sido modificada desde 1948.
La autoestima es la reputación, la estima, o el valor que nos damos a nosotros mismos. Es la percepción evaluativa de nosotros mismos, que se basa en el conjunto de pensamientos, sensaciones, sentimientos, creados a lo largo de la vida, fruto de las experiencias que hemos ido viviendo.
La autoestima no es un factor fijo, sino que puede ir variando en los diferentes momentos vitales, y también suele diferir, en una misma persona, según las diferentes competencias o áreas en las que sea evaluada. Así, por ejemplo, una persona puede tener una autoestima muy elevada cuando considera su estatus laboral, pero en cambio la puede tener más disminuida cuando considera su área personal.