Optimismo y confinamiento ¿compatible?

Blanca Sánchez Pérez
20 Abr 2020 lectura de 4 minutos
Optimismo y confinamiento ¿compatible?

Si algo nos está enseñando el confinamiento estos días es el hecho de que toda situación depende principalmente de la óptica con que se mire. En medio del caos, el estrés y una psicosis continua por la sensación de inseguridad e indefensión que lleva acechando meses a los seres humanos, se abre paso un maravilloso haz de luz cuyos rayos pueden propagarse, si los dejamos, hasta el infinito. Me refiero al hecho de que toda situación difícil deja siempre alguna enseñanza, y creo personalmente, que la que estamos viviendo en la actualidad se presta a más de una de ellas.

Vivir en confinamiento nos ha hecho entender primero que nada, la importancia del amor, del cariño y de sentirse queridos. El contacto físico y las muestras de cariño se han vuelto, por fin, altamente valoradas. En un mundo que había olvidado por completo lo que era relacionarse cara a cara gracias a Internet y las redes sociales, se ha hecho patente más que nunca que mostrar cariño a los demás, así como el contacto físico con el otro, tiene innumerables beneficios para nuestra salud mental y nuestro bienestar físico y psíquico. No en vano, el tacto se alza como el sentido que más desarrollado tenemos los seres humanos desde nuestro propio nacimiento.

Sin embargo, todo este tiempo hemos pretendido estar con el otro “a distancia”, en la lejanía, mediante dispositivos electrónicos que hacían las veces de piel, sin entender que es en ésta donde reside nuestra mayor fuente de placer, de gozo y de dicha. Y es que creo que la mayoría había olvidado que, al fin al cabo, la piel es la mayor red visible y tangible que tenemos de nuestro sistema nervioso. La piel y el cerebro están íntimamente conectados, procurándonos innumerables beneficios psicológicos y aún mejores estímulos. No me resulta raro por tanto, entender todo el desasosiego psicológico por el que muchos venían atravesando en una era digitalizada casi por completo. Y es que ha quedado más que demostrado que nunca nada podrá reemplazar a otro ser humano y a su cálido contacto.

La solidaridad y todo lo que ésta encierra es otra de las grandes lecciones que muchos están aprendiendo estos días. Quizá otros estén recordando su significado y su valor, pues lejos quedan los días en que todos mirábamos por todos. Ni yo misma recuerdo cuando fue la última vez que esto pasó, pero indiscutiblemente debió darse en algún momento de nuestra evolución como especie, pues sin la cooperación de grupo y la solidaridad no hubiéramos salido adelante. Y, paradójicamente, siendo ésta nuestra principal y más importante arma de supervivencia, era la que más habíamos desechado por egoísmos absurdos que, como bien ha quedado patente, no nos han llevado más que al desorden, a la confusión y a un camino lleno de sinsabores.

Por fin hemos vuelto a recordar que el humano es un ser de manada, de grupo, que los individualismos no nos llevan a ninguna parte más que al aislamiento y a particularismos que en nada tienen que ver con lo que fuimos en origen. Comprendo que la sociedad creada y su sistema económico nos ha llevado al egoísmo y la irracionalidad. Pero ya es hora de despertar, de entender que únicamente podremos sobrevivir a las dificultades que la vida nos depare si actuamos unidos, coordinados y de forma conjunta.

Así que SÍ, puede que éste sea el tiempo perfecto para pararse y reflexionar sobre todo lo bueno que podemos sacar de esta situación, un tiempo para sacar fuera la tan necesaria sencillez de alma y de corazón que llevamos dentro, nuestra más hermosa esencia; una oportunidad única dada exclusivamente para asegurarnos momentos de quietud y reflexión con la única finalidad de volver a acercarnos los unos a los otros, un tiempo para no crear barreras ni distancias físicas o mentales, un tiempo dado sólo para nosotros, un regalo, un maravilloso y precioso regalo. Un tiempo divino.